Una lectura de Tributo de Caronte, por T.Gan

La palabra como salvoconducto, una lectura de “Tributo de Caronte”

Trinidad Gan

Ya en su primer libro Fiera venganza del tiempo, con el que en el año 2005 consiguió el prestigioso premio Adonáis,  Carlos Vaquerizo nos sorprendía con la gran madurez de su escritura, tanto desde el punto de vista formal (impecable verso, variedad en el uso de estrofas, reelaboración de las tradiciones literarias) como por el calado filosófico y emocional que  los poemas desplegaban en aquellas páginas.

Este libro era el paso inicial de una tarea poética centrada en describir el viaje humano,   sus orillas cercadas por ciudades o abiertas a la naturaleza, pero siempre propicias al encuentro con los otros. Y el poeta afrontaba allí esa tarea afirmando la certeza de lo vivido pero también con la incertidumbre que da la dificultad de anotar fielmente cualquier realidad. Así podíamos leer su duda cuando nos confesaba: “Arrecifes, hallazgos cuando buceo tan dentro / que no conozco al hombre / que me impulsa a escribir”.

Deseos y luchas que le llevaban a concluir aquel poemario escribiendo: “…vientos nos conducen/a escribir en los libros y en la vida / la percusión del tiempo y el espanto / de sentirse llevar y la esperanza / de llegar a buen puerto, cualquier día”.

A ese puerto nos acercan ahora los poemas que Carlos Vaquerizo ha recogido en su  libro Tributo de Caronte, con el que ha sido ganador del primer Premio Internacional de Poesía Ciudad de Almuñécar.

En sus páginas nos va mostrando, poema a poema, igual que al paso de la luz de un faro, los territorios por donde transcurre nuestra existencia, usando como salvoconducto la reflexión y como equipaje el recuerdo, la evocación de lo pasado que aquí se transforma en regalo del tiempo, lo que ya nos advierte el poeta en el primer poema, Pórtico I, donde escribe: “se nos otorga una segunda suerte de vivir lo vivido: la memoria”

Sus palabras (cuidadosamente escogidas para construir hermosos versos donde el endecasílabo nos trae ecos de nuestra mejor literatura, trabajadas para levantar poemas que van estructurando un libro lleno de musicalidad y de lucidez) nos vuelven visible la herrumbre que acumulan las monedas, esas que todos debemos entregar a cambio de nuestro viaje en busca de felicidad, amor y supervivencia, esas que miden nuestro peaje para el barquero, el Tributo de Caronte, título de la primera parte de este libro.

Aquí desgrana el autor los poemas más contundentes, raspando la superficie de lo cotidiano para revelar las claves de la condición humana, de la memoria, del tiempo,   de la duda y de la presencia inevitable de muerte y olvidos. Señalaré tan sólo algunas estupendas páginas, como las secuencias tituladas Tiempo, Transcendencia o Simulacro (donde vemos anotada nuestra íntima paradoja: “La misma meta para cada ser: / desear, perecer, ser feliz sin embargo.”) y los poemas Tránsito, La moneda, Arriba cada día en su naufragio o Hemos multiplicado los panes y los peces, con estos certeros versos finales: “en toda copa, río o cuerpo, nuestro rostro / solamente es, al fin, lo que encontramos.”

Pero también muchos de estos textos nos descubren ese reflejo oscilante de monedas antiguas bajo el agua que tantas veces tratamos de alcanzar: la belleza, encendida como una hoguera siempre, abierta en irregulares y brillantes llamas para compartir con otros.

Quizá por eso el poeta titula Arder en lo bello la segunda parte de su libro y, en ella,  incluye poemas sobre el oficio de la palabra, apuntes de lecturas y de cine, notas de viajes, esbozos de paisajes revividos: viaje, arte y  naturaleza.                                     Son páginas en las que los poemas nos invitan a compartir con el autor la geografía de sus pasiones. Van trazando un mapa de rutas abiertas que nos han de hacer ligero y transitable el desierto de los años, senderos que tienen en sus orillas las luces del arte: desde la pintura (con evocaciones de Munch y Boticelli), a la palabra poética (como los hermosos poemas Ultra o el dedicado a José Asunción Silva), desde el mundo de sueños del cine (en sus apuntes bergmannianos)  a la materialidad recordada de los paisajes que nos hace recorrer letra a letra en las secuencias que titula Hacia Santiago o en Punta Carnero, donde su voz declara: “Solo ante lo perdido, el simulacro / del recuerdo conforma sus figuras”.

En este tiempo de monedas regulares y perfectas, desde las que ya no nos mira el retrato de un hombre sino que se levanta un frío esquema arquitectónico (que pretendiendo ser puente tantas veces acaba siendo atadura o lastre), Carlos Vaquerizo nos devuelve en este libro la antigua moneda del animal humano que somos, la frágil moneda del yo, la ardiente moneda del nosotros, para que, al encontrase su sinceridad poética con nuestra mirada de lectores contemporáneos, la balanza final se incline del lado de la belleza y la poesía nos sirva de armamento cuando hagamos, como escribe él, “un último intento de eludir / el péndulo implacable de la muerte”.