Papel ceniza, de Trinidad Gan, en Valencia

El próximo martes 14 de abril, a las 19 horas, en Librería Bartleby (C/ Cádiz, 50 – VALENCIA) os invitamos a la presentación de Papel ceniza, de Trinidad Gan, que estará acompañada por los poetas Antonio Praena y José Ángel García Caballero. portadaweb36

Papel ceniza, de Trinidad Gan

Ángeles Mora y Carmen Canet presentan en Granada el nuevo libro de Trinidad Gan, Papel ceniza. A las 20 horas del martes 7 de octubre en la Biblioteca de Andalucía (C/ Profesor Sáinz Cantero).

Nathalie Handal presenta en Granada su nuevo libro, La estrella invisible

Presentación en Hospes Palacio de Los Patos de La estrella invisible, de Nathalie Handal.

La estrella invisible
Nathalie Handal

Poesía en el Palacio – Granada, 3 de octubre de 2014
Javier Bozalongo

Hoy mismo, un periódico árabe señalaba a Nathalie Handal como una de las personas más influyentes de la Palestina moderna. No es de extrañar que así sea si quienes han redactado esa noticia han tenido la oportunidad de leer este libro, y no sólo el libro, sino todo lo que Nathalie ha escrito en los últimos años y lo que de ella se ha escrito en multitud de medios. Residente en Nueva York después de que su azarosa vida la haya llevado a vivir en Europa, América Latina y algunos países árabes, Nathalie ha sabido posar una mirada atenta sobre cada lugar por el que han transitado sus pasos durante estos años y convertir esa mirada en poesía. Su vida cosmopolita no le ha hecho olvidar ni por un momento su lugar de origen, Belén, Palestina, y ha seguido con atención cada acontecimiento para después contar al mundo lo que vio, lo que aprendió y lo que está pasando, investigando sus propias raíces, las de su familia, para comprobar que la información se perdía en el tiempo o había sido destruida. Durante años se ha esforzado por registrar y conservar la mayor cantidad posible de datos, recogiendo todo lo que encontraba -como ella misma dice-, desde llaves de casas perdidas o ya inexistentes hasta los testimonios y las historias que quisieron contarle. Ha sido testigo de la transformación de su propia ciudad, empequeñecida a fuerza de sufrimiento y con sus habitantes convertidos en refugiados esparcidos por todo el mundo.

Nathalie Handal es una poeta norteamericana en la precisión y el ritmo de sus poemas, pero toda su obra está marcada por la dulzura de la tradición árabe, por la musicalidad de una voz melodiosa que en cada poema crece y demuestra la razón de esa influencia de la que hablábamos al principio.

Su reconocimiento en España viene avalado por dos libros anteriores, Las horas suspendidas (Valparaíso, 2012) y Poeta en Andalucía (Visor, 2013), que en ambos casos fueron aclamados por la crítica y los lectores. Su tercer libro publicado aquí, La estrella invisible, se centra en su primera parte en la historia de un pueblo que es la suya propia, obligado a marcharse y a repartirse por el mundo o quedarse a esperar desesperadamente la reiterada masacre a la que es sometido. A pesar de ese sufrimiento Nathalie afirma que siempre vuelve a las palabras de García Lorca cuando decía que “Lo que más me importa, es vivir”. Esas son las palabras que uno debe repetirse a diario para mantenerse firme en la desesperación y saber que lo que todos quieren es encontrar la paz. Y vivir.

Por eso los personajes poéticos que recorren este libro (cito) recuerdan cada sílaba de su nombre en árabe, creen en las estrellas que alumbran su camino y guardan las siete llaves que les permiten siempre regresar. Los habitantes de Belén recuerdan las noches sin luz y saben que hay momentos en que no pueden regresar porque no les dejaron otra alternativa que marcharse, pero saben también que al final del camino habrá una luz (cito): “la noche / en que no existían muros entre nosotros”.

La segunda parte del libro, “Ciudades: La estrella en Latinoamérica”, es un atlas sentimental a través del cual la autora recorre las ciudades que han formado parte de su vida, en las que ha vivido o por las que ha pasado y que de una u otra forma han dejado huella en su historia personal. De la mano de Handal viajamos a Cuba y nos sumergimos en el ambiente del Floridita de los años 40, visitamos La Habana Vieja y desde allí volamos a Dominicana, a El Salvador, al México donde Rulfo se entrevista con fantasmas; bajo el volcán Mombacho de Nicaragua Gioconda Belli conversa con la poeta, Rubén Darío se hace presente en el hotel que lleva su nombre en la Granada de allá o aprendemos que la lluvia puede abandonarnos cuando dejamos de amar en Río de Janeiro. El viaje es largo, pero de cada etapa Nathalie Handal sabe extraer lo esencial y dejarnos en las hojas de este libro un poema que nos invita a volar sin movernos del sillón. Con la ayuda de su palabra y nuestra imaginación aún podemos llegar hacia el final del libro a Perú, Colombia o Chile, para terminar nuestro recorrido ordenando en las páginas finales las fotografías que hemos ido guardando en nuestra maleta poética a lo largo de la lectura para conformar un álbum en el que contemplamos Londres o Marsella, El Cairo o Buenos Aires.

Antes de cerrar el libro y apagar la luz pensaremos en todos esos lugares, en los personajes de esta historia fascinante y sabremos, porque así nos lo dice la poeta en los versos finales, que el principio y el final del viaje está en nosotros mismos, porque somos el viaje, porque lleguemos o no a nuestro destino, lo más importante habrá sido recorrer el camino hasta allí. Escribe Nathalie:

Pero deberíamos haberlo sabido –
siempre encontraremos
la estrella de ocho puntas
de los cananeos,
siempre vestiremos su color rojo púrpura
ya que cualquier dirección que tomemos
nos llevará de vuelta a la misma palabra.

Ojalá la única palabra a la que regresar, de una vez y para siempre, sea la palabra PAZ.

Piedad Bonnett, por Trinidad Gan

Presentación en Granada del libro de Piedad Bonnett, Tretas del débil, por Trinidad Gan.

Tretas del débil: juego y música en Piedad Bonnett

Trinidad Gan

La primera vez  que tuve entre mis manos este libro de poemas de Piedad Bonnett, publicado por Valparaíso Ediciones,  me quedé atrapada, como la abeja de la carátula, en la celdas de memoria que me abría su título: Tretas del débil. Así reunidas, la palabra “treta” abandonaba su tinte de engaño aunque seguía conservando su alerta de combate y se deslizaba más bien hacia la frontera de la maña, de la ficción, del truco. Y la palabra “débil”, extrañamente, quebraba su matiz de fragilidad para en su lugar mostrarme el contundente centro que habita en las cosas sencillas. Así juntas estas dos palabras desnudaban, ya en el título, la glosa de una doble supervivencia: la de la poeta que escribe y la de aquel lector que viene a acercarse a sus poemas.

Abierto el libro, los primeros versos parecían llevarme a recorrer de nuevo el  dulce territorio de la niñez y deseé volver a la simplicidad de los juegos infantiles, a aquellos instantes en que los días eran como la superficie lisa, luminosa, de una página en blanco. Pero quizá fue precisamente entonces cuando pusieron el artefacto de la vida en nuestras manos, cuando, plegando sus esquinas por varias partes, hicieron de esa página un incómodo papel doblado. El mismo papel que, como en aquel juego del cuadrado con palabras y colores -¿recordáis?-, tuvimos que aprender a usar, abriéndolo y cerrándolo sin fin, en busca de preguntas y respuestas.

Quizá fue ya entonces cuando sentimos el vértigo, como nos dice Piedad:

“Sentía el vértigo de aquel inverso mar, su escalofrío”

Y era un vértigo que tratábamos de conjurar con palabras, primero repitiendo “Palabras iniciales” (título de la primera parte del poemario) para que volviera a nosotros la ternura olvidada y reencontrada en los sueños, probando luego palabras mágicas, como ella señala:

“y las palabras mágicas

y las palabras mágicas que intento todavía”

 

Aunque insistir en este conjuro nos venga a traer, desde puertas que ya creíamos cerradas, los gestos crueles que dejaron las perdidas o los exilios vividos, así de desnudos en estos versos de Piedad:

“el llanto de un adulto es una piedra

en la espalda silenciosa de un niño”

Al pasar las páginas de este libro tal vez alborote nuestro mecánico juego otra canción más salvaje, el eco de alguno de los temas con que la noche  traspasó nuestra  juventud, la espuma de aquellas pasiones que nos hicieron y deshicieron como a un grafito en la arena. Pero será una música desgarrada, como una aguja insistiendo en un vinilo, la que encontraremos en muchos de los poemas de “Lugares comunes”, segunda parte del libro, donde los retratos de lo cotidiano (con su violencia e incertidumbre. con su miedo y su hoguera) viajan hasta nosotros recortándose contra el paisaje de la ciudades, construyendo en cada verso la imagen en negativo de la mujer que los escribe.

Una mujer que anota sus dudas sobre la verdad de su escritura, como en los versos descarnados del poema “Quizá diría”, que repasa éxodos y regresos en su “Hijo pródigo”, que incluso detiene su mirada en la fuga que compone un pájaro, que sabe cultivar belleza a costa de la sombra, como leemos en “Rosas”:

“Con el estiércol que arrojan a mi patio

abono yo mis rosas”

y que resume todos sus naufragios en el, para mí, imprescindible poema “Oración”.

Ahora que quizá hemos arrugado y casi tratado de arrojar lejos, tantas veces, ese papel artificioso de la vida y que hemos vuelto otras tantas veces a recomponerlo buscando la música precisa para el juego, esperando que se abriera en el color deseado, tal vez sea el momento de hacer un alto y balancear la vida. Es el minuto preciso para cambiar de juego, para jugar las Tretas del débil. Porque es al llegar a esta tercera parte del libro cuando escuchamos esa música de fondo, de viento y llama, también de silencios, que va a dejar, sobre nuestro paisaje interior, nota a nota, flotando la palabra muerte, la palabra amor, la palabra tiempo. Aquí está el instante justo para sentir el tacto de “Un poema sin nubes” donde leemos:

“debajo de mis párpados alumbra un par de soles

y un cielo de memoria”

o descubrir, citando títulos de algunos de sus poemas, como “Los hombres tristes no bailan en pareja”, incluso la certeza de que es posible una “Dicha animal” aunque al “Final de partida” sepamos el corazón, en palabras de Piedad:

“una hoja de papel que puesta al fuego

revela un desteñido caligrama”

Cuando cerremos el libro nos encontraremos repitiendo una música callada, esa sorprendente música de la poesía de Piedad que parece, acomodada a cada uno de nosotros, guiarnos en fuga de todas las cuadrículas, como un hilo de luz  atravesando las páginas.

Porque en sus versos que huyen de cualquier grandilocuencia, que parecen recados de una voz cercana dejados al oído con un susurro, ella nos ofrece, ahora, el aire necesario para que podamos finalmente desplegar, alisándolo, el cuadrado de papel de nuestra rutina, de nuestra furia, de nuestra soledad y, quizá así, redescubrir de nuevo, al trasluz de sus palabras, un día abierto. Y la esperanza.

 

La poesía, mi manera de estar en el mundo

PALABRAS DEL AUTOR, FEDERICO DÍAZ-GRANADOS

EN LA PRESENTACIÓN DE “HOSPEDAJE DE PASO”

COLECCIÓN VALPARAÍSO DE POESÍA NÚM. 7

Granada, Palacio de los Patos, diciembre 13 de 2012.

Valparaíso y Granada son dos nombres míticos en la cartografía de la poesía escrita en castellano. Dos destinos indiscutibles para quienes nos reconocemos parte de una tradición en la inconmensurable patria de La Mancha. Dos insobornables capitales para aquellos afortunados que aprendimos a leer y que hoy escribimos en español. No siempre se llegan a dos destinos tan entrañables en una misma tarde de abrazos y poesía. Cuando partieron del Puerto de Palos de Moguer, La Pinta, La Niña y La Santa María a buscar la ruta más corta para llegar a Las Indias nunca pensaron sus intrépidos tripulantes que desde allí partía la expansión de una de las aventuras más maravillosas: la lengua, nuestra prodigiosa lengua que nos hermana a más de 450 millones en el mundo y que aprendimos a balbucear leyendo a algunos de nuestros más cercanos poetas. Por eso lo primero que festejo en este día es a nuestra lengua española, tan vigorosa hoy, entre tantas cosas, por la fuerza de sus poetas, de todos aquellos quienes desde las dos orillas del Atlántico han llenado de identidad y cohesión a estas naciones cervantinas. Celebro esa marca de España, ese sello de hispanidad, que con su trípode cristiano, judío y árabe, nos otorgó una manera de estar en el mundo. Aquellos emigrados conversos que huían, aferrados a su lengua y a su religión configuraron el carácter de lo que somos muchos americanos hoy. Somos esa prolongación de España en ultramar. En Valparaíso, 396 años después de aquella travesía trasatlántica, el poeta nicaragüense Rubén Darío “devolvía las carabelas”. El español sería de una vez y para siempre un idioma dotado de nuevos sentidos y significados, de matices y colores, de nuevas musicalidades que revitalizarían para siempre el legado de don Jorge Manrique, San Juan de la Cruz, Luis de Góngora y Argote, Francisco de Quevedo y ese maravilloso tatarabuelo de todos que es Miguel de Cervantes. El Modernismo nos dejaba indelebles en la memoria de los tiempos. Por eso a estas alturas ya no sé qué fue primero: si Valparaíso o Granada, si García Lorca o Neruda, si Rubén Darío o don Antonio Machado, porque todos esos nombres estaban fijados en mi retina como un fresco que sintetizaba todas las dichas y mi infancia era algo así como una gran fiesta de la poesía. Hoy se reinstalan en mi vida como si se tratara del antiguo testamento personal. Son mis arquetipos cuando emprendo la búsqueda del origen y de todos mis mitos. Mi padre, de aquella estirpe de poetas festivos, militantes y solidarios con el género humano, escribió unas décimas a propósito de mi bautizo. Esas décimas, sin querer, marcaban una ruta y un destino y vendrían a ser una carta de navegación de una vocación irremediable. Uno de esos cantos, lleno de intuición, después de enumerar algunos ilustres Federicos de la historia decía: Yo no sé si fue por ellos por lo que escogí tu nombre o si fue por aquel hombre que hizo los versos más bellos. Cuando escucho los destellos de su clara melodía veo a Federico García bajo el cielo de Granada y siento la llamarada de su mágica poesía. Así transcurrió mi infancia, entre vidas de poetas y páginas que llenaron de sosiego tantas soledades. El Tomo I de la enciclopedia El Mundo de los Niños publicada por la legendaria editorial Salvat, traía los primeros versos que amé de todos aquellos autores mencionados y contenía, también, versos inolvidables de Gloria Fuertes, María Elena Walsh, Nicolás Guillén, Jorge Luis Borges, Miguel Hernández, José Agustín Goytisolo y el poeta del mar Gregorio Castañeda Aragón. El lagarto está llorando. / La lagarta está llorando. / El lagarto y la lagarta / con delantalitos blancos. O “Érase un hombre a una nariz pegado / érase una nariz superlativa, / érase una alquitarra medio viva / érase un peje espada mal barbado/. O Érase una vez un lobito bueno / al que maltrataban / todos los corderos/ Y había también un príncipe malo, una bruja buena y un pirata honrado. Las anteriores estrofas, más que unas sencillas palabras fueron, entre otros, los verdaderos ámbitos que inventaron y dieron forma a mi vida. Fueron la banda sonora que justificó la infancia. Los libros de historia asignados en mi escuela primaria señalaban que en Granada había nacido el Adelantado Don Gonzalo Jiménez de Quesada quien el 6 de agosto de 1538 fundó alrededor de 12 chozas y una iglesia a Santa Fe de Bogotá. Sin embargo no fue en esos textos donde aprendí geografía española. Lo poco que conozco se lo debo a la primera televisión a color que llegó a casa para ver el Mundial de 1982. Al compás de esos partidos y de los seis goles de Paolo Rossi llené el respectivo álbum de figuritas donde Maradona, Zico y Platini eran las láminas más difíciles de conseguir. Gracias a ese álbum con Naranjito de mascota supe por primera vez de Madrid, Barcelona, Sevilla, Alicante, la Coruña, Valencia y Zaragoza. Era 1982 en todos los almanaques del mundo y unos meses antes de aquel mundial, caminando con mi padre por el Parque Santander de Bogotá saludé, por casualidad, a un señor que visitaba Bogotá y que rompía los protocolos para recorrer la ciudad como un transeúnte más: era Lepoldo Calvo Sotelo, presidente por esos días del Gobierno Español. Son por esos motivos mencionados que he preferido enumerar algunas anécdotas para distraer mi verdadera y honda emoción de estar hoy en este lugar. Que mi modesto Hospedaje de paso sea presentado hoy, en Granada, y justamente en la colección Valparaíso es una de esas hermosas recompensas que la vida me otorga por mi irrestricta devoción y dedicación a la poesía. A aquello que, como nos recordaba Gabriel García Márquez hace 30 años, cuece los garbanzos en la cocina, repite las imágenes en el espejo y contagia el amor. Mi Hospedaje de paso no es otra cosa que el testimonio de esa infancia recobrada, unos retratos personales de mi paso por la nostalgia y los recuerdos. Es el escenario de aquellas luces verdaderas de la vida. Allí, en esos poemas conviven, de manera torpe pero afectuosa, las voces de mis maestros, de mis amigos, de las lecturas que hicieron de mi infancia un territorio de alegrías y un refugio de todas las pesadillas. Hospedaje de paso es un homenaje a los maestros, muchos de ellos que me han honrado con el privilegio, no solo de su magisterio sin o de su amistad: Luis Vidales, Álvaro Mutis, Mario Rivero, Giovanni Quessep, Luis García Montero, Antonio Cisneros, Juan Gelman, Gonzalo Rojas y Eugenio Montejo entre tantos. Todos ellos poetas de allá o de acá. No importa porque nuestra lengua es un Hospedaje perpetuo de todos nuestros sueños. Uno es del lugar dónde están los amigos. Y si al decir de un entrañable poeta colombiano, Héctor Rojas Herazo: a uno se lo inventan los amigos, entonces hoy festejo y ser inventado por ustedes, acá en Granada bajo la mirada tutelar de Federico García Lorca, en la colección Valparaíso que me devuelve por un instante a ese Océano Pacífico. Celebro el afecto, la compañía de Adriana y Sebastián, a Fernando, Daniel y Javier. Festejo hacer parte de Poesía ante la incertidumbre, la nieve andaluza, la Alhambra y la Huerta de San Vicente.

Y Celebro la poesía: mi única manera de estar en el mundo.

FEDERICO DÍAZ-GRANADOS

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