230. Un perro verde
Donde Jamie McKendrick destaca es rescatando la belleza de la miseria, el ingenio de la adversidad y la delicadeza de lo ordinario.
Michael Hofmann, The Times
Jamie McKendrick es un poeta diferente, extraño, inclasificable. De formación clásica, de desarrollo caótico, en manos siempre de la poesía con sus vaivenes, McKendrick ha creado una obra de originalidad única en la que la experiencia personal, el mundo de lo sueños y la imaginación de la poesía romántica se ensamblan con una afilada ironía, un uso exquisito del lenguaje y una voz diferente a todas las que hoy pueden encontrarse no sólo en Inglaterra, sino en toda la lengua inglesa.
Nieves García Prados
Autor: Jamie McKendrick
ISBN: 978-84-17096-67-0
Encuadernación: Rústica con solapas
Páginas: 108
Dimensiones: 13.5 cm x 21 cm
Traducción: Nieves García Prados
Edición Bilingüe
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978-84-17096-67-0
Donde Jamie McKendrick destaca es rescatando la belleza de la miseria, el ingenio de la adversidad y la delicadeza de lo ordinario.
Michael Hofmann, The Times
Jamie McKendrick es un poeta diferente, extraño, inclasificable. De formación clásica, de desarrollo caótico, en manos siempre de la poesía con sus vaivenes, McKendrick ha creado una obra de originalidad única en la que la experiencia personal, el mundo de lo sueños y la imaginación de la poesía romántica se ensamblan con una afilada ironía, un uso exquisito del lenguaje y una voz diferente a todas las que hoy pueden encontrarse no sólo en Inglaterra, sino en toda la lengua inglesa.
Nieves García Prados
Autor: Jamie McKendrick
ISBN: 978-84-17096-67-0
Encuadernación: Rústica con solapas
Páginas: 108
Dimensiones: 13.5 cm x 21 cm
Traducción: Nieves García Prados
Edición Bilingüe
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APOTEOSIS
Con la cabeza ahuevada como una colmena, el apicultor
sigue perorando sobre cómo tomar a una abeja por las alas
que son lo suficientemente fuertes —es pura lógica—
como para soportar el peso sin dañar las articulaciones.
Como si fuera un músico de banjo y las alas de la abeja
fueran una fina púa de abalón de dos láminas,
demuestra con un abejorro en el marco de la ventana
la presión exacta entre el índice y el pulgar
pero se resbala en el suelo de roble encerado, con el brazo extendido,
sin apretar ni, sin preocuparse de su propio destino,
aflojar su agarre de la abeja un micro-grado.
Yo intento frenar su caída pero llego demasiado tarde
porque, con un zumbido seco, se me escabulle
por la ventana abierta, todavía sigue sosteniendo la abeja.