Eduardo Lizalde y su fecundo rayo, por Mijail Lamas

Eduardo lizalde y su fecundo rayo

MIJAIL LAMAS 

Alejado ya de la militancia comunista y cuatro años después de publicar su extenso poema Cada cosa es babel (1966), que reflexiona sobre el lenguaje y la función enunciativa de la poesía, el poeta mexicano Eduardo Lizalde publica un libro fundamental para la poesía en lengua española: El tigre en la casa (1970). Éste ha sido reeditado en 2013 por Valparaiso Ediciones, editorial española que dirige el poeta Javier Bozalongo.

Con El tigre en la casa Eduardo Lizalde construye una estética inusitada, que toma sin reservas elementos de la poesía de Charles Baudelaire así como del romanticismo español de Gustavo Adolfo Bécquer; una poesía que conjuga la eficacia verbal de Salvador Díaz Mirón y la escalofriante plasticidad del Isidore Ducasse.

Al fijar el procedimiento de su poética personal, Eduardo Lizalde elige la figura del tigre como el símbolo inequívoco de la desgracia amorosa; en esta bestia se conjugan «le plus beu» y la «fearful symmetry», gracia y flexibilidad conjugadas al servicio del homicida.

La equilibrada bipolaridad del tigre, su carnicera figura imperturbable se antepone a la perra, como contraparte efectiva del mismo signo. Alguna vez Lizalde declaró que «la humanidad es soltera y huérfana, por lo que el ser humano tiene algo de tigre»; esta declaración nos remite inmediata al otro poeta mexicano fundamental, Ramón López Velarde.

Me explico, el tigre de Lizalde es una alusión a la desgracia amorosa, esta naturaleza alegórica del tigre es cercana entonces a la que Ramón López Velarde bosqueja en su poema Obra Maestra donde «el soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza».

Si en Ramón López Velarde el tigre es el soltero que ha decidido evitar la paternidad, en Lizalde «el tigre real, el amo, el solo, el sol» lo es como fiera que no acepta compañía, el tigre caza solo, pero ambos tigres comparten el ámbito doméstico de su encierro.

El tigre en la casa nos ha modificado, no sólo como lectores de poesía; su fecundo rayo «moteado y asonante», nos ha acompañado en las más distintas etapas de nuestra juventud, y nos sigue regalando visiones insólitas de la condición humana, cada vez más próximas. Su sólida construcción, el asalto infalible de sus versos y esa estructura múltiple que se aleja de la manida e inflexible unidad temática que suele imperar en algunos libros contemporáneos, nos sigue fascinando a casi cuarenta años de su publicación.

La obtención de Eduardo Lizalde del X Premio de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca sólo reafirma la dimensión de una obra ejemplar que desde hace tiempo reclama un merecido reconocimiento más allá de las fronteras.

Piedad Bonnett, por Trinidad Gan

Presentación en Granada del libro de Piedad Bonnett, Tretas del débil, por Trinidad Gan.

Tretas del débil: juego y música en Piedad Bonnett

Trinidad Gan

La primera vez  que tuve entre mis manos este libro de poemas de Piedad Bonnett, publicado por Valparaíso Ediciones,  me quedé atrapada, como la abeja de la carátula, en la celdas de memoria que me abría su título: Tretas del débil. Así reunidas, la palabra “treta” abandonaba su tinte de engaño aunque seguía conservando su alerta de combate y se deslizaba más bien hacia la frontera de la maña, de la ficción, del truco. Y la palabra “débil”, extrañamente, quebraba su matiz de fragilidad para en su lugar mostrarme el contundente centro que habita en las cosas sencillas. Así juntas estas dos palabras desnudaban, ya en el título, la glosa de una doble supervivencia: la de la poeta que escribe y la de aquel lector que viene a acercarse a sus poemas.

Abierto el libro, los primeros versos parecían llevarme a recorrer de nuevo el  dulce territorio de la niñez y deseé volver a la simplicidad de los juegos infantiles, a aquellos instantes en que los días eran como la superficie lisa, luminosa, de una página en blanco. Pero quizá fue precisamente entonces cuando pusieron el artefacto de la vida en nuestras manos, cuando, plegando sus esquinas por varias partes, hicieron de esa página un incómodo papel doblado. El mismo papel que, como en aquel juego del cuadrado con palabras y colores -¿recordáis?-, tuvimos que aprender a usar, abriéndolo y cerrándolo sin fin, en busca de preguntas y respuestas.

Quizá fue ya entonces cuando sentimos el vértigo, como nos dice Piedad:

“Sentía el vértigo de aquel inverso mar, su escalofrío”

Y era un vértigo que tratábamos de conjurar con palabras, primero repitiendo “Palabras iniciales” (título de la primera parte del poemario) para que volviera a nosotros la ternura olvidada y reencontrada en los sueños, probando luego palabras mágicas, como ella señala:

“y las palabras mágicas

y las palabras mágicas que intento todavía”

 

Aunque insistir en este conjuro nos venga a traer, desde puertas que ya creíamos cerradas, los gestos crueles que dejaron las perdidas o los exilios vividos, así de desnudos en estos versos de Piedad:

“el llanto de un adulto es una piedra

en la espalda silenciosa de un niño”

Al pasar las páginas de este libro tal vez alborote nuestro mecánico juego otra canción más salvaje, el eco de alguno de los temas con que la noche  traspasó nuestra  juventud, la espuma de aquellas pasiones que nos hicieron y deshicieron como a un grafito en la arena. Pero será una música desgarrada, como una aguja insistiendo en un vinilo, la que encontraremos en muchos de los poemas de “Lugares comunes”, segunda parte del libro, donde los retratos de lo cotidiano (con su violencia e incertidumbre. con su miedo y su hoguera) viajan hasta nosotros recortándose contra el paisaje de la ciudades, construyendo en cada verso la imagen en negativo de la mujer que los escribe.

Una mujer que anota sus dudas sobre la verdad de su escritura, como en los versos descarnados del poema “Quizá diría”, que repasa éxodos y regresos en su “Hijo pródigo”, que incluso detiene su mirada en la fuga que compone un pájaro, que sabe cultivar belleza a costa de la sombra, como leemos en “Rosas”:

“Con el estiércol que arrojan a mi patio

abono yo mis rosas”

y que resume todos sus naufragios en el, para mí, imprescindible poema “Oración”.

Ahora que quizá hemos arrugado y casi tratado de arrojar lejos, tantas veces, ese papel artificioso de la vida y que hemos vuelto otras tantas veces a recomponerlo buscando la música precisa para el juego, esperando que se abriera en el color deseado, tal vez sea el momento de hacer un alto y balancear la vida. Es el minuto preciso para cambiar de juego, para jugar las Tretas del débil. Porque es al llegar a esta tercera parte del libro cuando escuchamos esa música de fondo, de viento y llama, también de silencios, que va a dejar, sobre nuestro paisaje interior, nota a nota, flotando la palabra muerte, la palabra amor, la palabra tiempo. Aquí está el instante justo para sentir el tacto de “Un poema sin nubes” donde leemos:

“debajo de mis párpados alumbra un par de soles

y un cielo de memoria”

o descubrir, citando títulos de algunos de sus poemas, como “Los hombres tristes no bailan en pareja”, incluso la certeza de que es posible una “Dicha animal” aunque al “Final de partida” sepamos el corazón, en palabras de Piedad:

“una hoja de papel que puesta al fuego

revela un desteñido caligrama”

Cuando cerremos el libro nos encontraremos repitiendo una música callada, esa sorprendente música de la poesía de Piedad que parece, acomodada a cada uno de nosotros, guiarnos en fuga de todas las cuadrículas, como un hilo de luz  atravesando las páginas.

Porque en sus versos que huyen de cualquier grandilocuencia, que parecen recados de una voz cercana dejados al oído con un susurro, ella nos ofrece, ahora, el aire necesario para que podamos finalmente desplegar, alisándolo, el cuadrado de papel de nuestra rutina, de nuestra furia, de nuestra soledad y, quizá así, redescubrir de nuevo, al trasluz de sus palabras, un día abierto. Y la esperanza.

 

Eduardo Lizalde, X Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada-Federico García Lorca

El mexicano Eduardo Lizalde, autor publicado en España por Valparaíso Ediciones, ganador de la X edición del Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca.

Eduardo Lizalde (Ciudad de México, 1929) se ha convertido hoy en el X Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca, un reconocimiento a toda la obra de un poeta «excéntrico» en cuanto que «no sigue una pauta establecida» y con «gran variedad de registros» desde la poesía épica de sus inicios hasta el simbolismo, según ha resaltado el jurado.

Según apunta el también poeta mexicano Marco Antonio Campos, Lizalde representa un caso raro en la poesía del país norteamericano, al menos, por dos razones: una, porque su reconocimiento como poeta sólo se dio pasados los cuarenta años con la publicación de El tigre en la casa, y otra, porque, por la vertiente primordial de su país, “ha sido y es el más brillante, por no decir el real y único, heredero de la poesía maldita, sobre todo del linaje francés”.

Publicado en España por Valparaíso ediciones, El tigre en la casa muestra a un Eduardo Lizalde que ha renovado el discurso amoroso en la poesía española contemporánea, a un poeta «desesperado, furioso, colérico, conocedor de la potencia que la naturaleza ha dispuesto en su semilla pero al mismo tiempo excedido por no lograr la perfección, la indigencia espiritual que en racimos de ira, de odio en peso, en vilo, lacera las paredes del alma, injerta garras de amargo y dorado odio», según señala en la introducción del libro el también poeta mexicano Mario Bojórquez.

Lizalde estudió filosofía y literatura en la Universidad Autónoma de México (UNAM) y música en la Escuela Superior de Música. Su poesía ha quedado indisolublemente ligada a la imagen solitaria, sanguinaria y hermosa del tigre, desde la publicación en 1970 de El tigre en la casa y hasta Otros tigres, donde rinde tributo a algunos tigrómanos ejemplares como Jorge Luis Borges, Horacio Quiroga, Rainer Maria Rilke y William Blake. Su obra ha sido reconocida con el Premio Internacional Alfonso Reyes, que también han merecido autores como Jorge Guillén, Octavio Paz, Rubén Bonifaz Nuño o Mario Vargas Llosa, y ahora con el X Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca.

El tigre en la casa está disponible en librerías y en la web de Valparaíso Ediciones, a través del enlace http://valparaisoediciones.es/16_lizalde-eduardo