LA PROFUNDA VOZ QUE HABITA

Un libro que lleva por título “Si lo hubiera sabido” entra en el tiempo de los recuerdos donde ese pasado irreal recorre el interior del poeta Gustavo Gac-Artigas y del sujeto lírico: “no es él quien se desangra/ es la humanidad”. Este verso agazapado entre versos me llevó a pensar en los motivos de esta vacuidad. El poeta pide por la libertad de sus palabras y eleva todo pedido a la súplica (…) A ti, lector, te pido no te defiendas/ esta historia no te ataca/te suplica.

Hay una voz más profunda y es la de aquel que escribe como salvación: (…) se escribía en secretas páginas”. Todo aquello que se silencia, ruge en los versos y se transforma en un faro con su luz silenciosa recorriendo el mundo: hasta que encierren la última palabra,/enmudezcan el último verso. Es una lucha abierta contra la represión de la libertad de expresión. Una literatura comprometida, una literatura de resistencia ante la cual no habrá silencio.

Gac-Artigas decide universalizar su postura y se puede apreciar una gran densidad lírica en el acto sublime del legado, en una metáfora donde el hecho de narrar se concentra en la palabra pluma, pero con absoluta confianza en el prójimo, ese tú que trasciende todo análisis. Yo te entrego mi pluma/ antes de caminar hacia el olvido/ tú/ yo/ nosotros.

Aquello que late y latirá es la memoria colectiva.

El libro continúa con una yuxtaposición de mantos, una secuencia de entidades distintas que va desde la imagen poderosa de “el manto rojo”, un tinte costoso de combate y que se vincula al derrame de sangre, como bien advierte en el verso citado en el primer párrafo; no es solamente una pérdida, es un acto de martirio que se debate entre dos cuestiones semánticas: colonizar o conquistar con idéntico final: someter.

A pesar del horror, a los pueblos les pertenece la tierra; y es en el manto pardo donde una voz se alza y escribe: (…) quizá el horror nació con nosotros” y enumera los posibles orígenes y desgasta las posibles conexiones.

Con exactitud y precisión las voces se suman y transitan la ceguera del alma que enmudece: (…) el manto rojo, verde, blanco y negro / se vistió de violencia / el lenguaje universal / el esperanto del terror (…)

Difícil seguir respirando por este lado del mundo, parece decir aquel que habla junto al poeta hasta el contrapunto de identidades y entonces “el manto de franjas y estrellas”.

No es la luz de los astros la que iluminan las franjas precisamente, sino una transición en busca de la conquista: (…) cerré las puertas del paraíso/ para preservar al privilegio de los elegidos/ en la tierra bendita de Dios (…)

El cerrar las puertas es una exclusión del “locus amoenus” y también establece una barrera no aleatoria entre lo sagrado y lo profano, sino de protección; ya que si el espacio fuese abierto, implicaría un peligro hacia aquellos que protege. Todo transcurre en un lugar que se considera bendito, quizá por un dios pagano, pues la escritura en minúscula parece indicarlo.

Así llegamos a la lectura de “El manto rojo con destellos dorados”, donde en la metáfora: «Vio la luz en el vientre de la tierra», aparece la idea del regazo maternal porque el cambio acontece desde el centro mismo, desde la necesidad de manifestarse ante el dolor, y prosigue: “La lucha revolucionaria desenrolló su ruta”. Lo gradual, lo desplegado se advierte con un verbo: desenrollar para las luchas sociales por venir.

Gradualmente, Gac-Artigas llega al clímax con el Canto 6 “El manto de las dictaduras cubrió mi continente”. Aquí el manto es oscuridad, es control, es censura que llega con el posesivo “mi”; es una declaración de sentimientos y pertenencia; y, entonces, el manto es la metáfora que ilustra el autoritarismo. Se resume quizá en la personificación: “Los colores gritaban el pasado/ los colores hablaban con orgullo/ somos/seremos/soy”. Dos verbos potentes: gritar y hablar se unen a la historia de un continente y a la identidad manifiesta en el primer tramo de esta lectura: el pasado es de la comunidad y también su historia; pero allí no se queda, sino que se proyecta hacia una existencia futura. Todo se une en “soy”, se resume lo colectivo en lo individual en: memoria, identidad y pertenencia.

En el último canto, “el manto blanco y azul se viste de rojo”. Me pregunto: ¿qué describe el poeta? Quizá hable de una nación, quizá de la pérdida de la inocencia que inicia pacíficamente, pero que finaliza en el rojo.

Se lee: “El silencio grita/grita de dolor/se retuerce en las llamas”. Este oxímoron, donde la ausencia es presencia, donde la paz no es presencia. Aquí el sujeto lírico sostiene al poeta en la herida provocada de su voz interior, un agón que se debate.

El último poema, «El ruego del poeta», lo atraviesa un verso: «Libera tu manto/ antes de que el dolor/ estremezca nuevamente al mundo». Aquello que parecía proteger fue una carga que debe ser abandonada. ¿Será aquella del pasado, la de la identidad o la de la verdad de considerar que existe?

Hay una conexión ineludible entre el lugar del individuo y el destino de la humanidad; y es por ello que, para no entrar en el caos definitivo, el poeta propone que la inercia no contribuye y que el cambio contribuirá a la liberación.

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