PALABRAS DEL AUTOR, FEDERICO DÍAZ-GRANADOS
EN LA PRESENTACIÓN DE “HOSPEDAJE DE PASO”
COLECCIÓN VALPARAÍSO DE POESÍA NÚM. 7
Granada, Palacio de los Patos, diciembre 13 de 2012.
Valparaíso y Granada son dos nombres míticos en la cartografía de la poesía escrita en castellano. Dos destinos indiscutibles para quienes nos reconocemos parte de una tradición en la inconmensurable patria de La Mancha. Dos insobornables capitales para aquellos afortunados que aprendimos a leer y que hoy escribimos en español. No siempre se llegan a dos destinos tan entrañables en una misma tarde de abrazos y poesía. Cuando partieron del Puerto de Palos de Moguer, La Pinta, La Niña y La Santa María a buscar la ruta más corta para llegar a Las Indias nunca pensaron sus intrépidos tripulantes que desde allí partía la expansión de una de las aventuras más maravillosas: la lengua, nuestra prodigiosa lengua que nos hermana a más de 450 millones en el mundo y que aprendimos a balbucear leyendo a algunos de nuestros más cercanos poetas. Por eso lo primero que festejo en este día es a nuestra lengua española, tan vigorosa hoy, entre tantas cosas, por la fuerza de sus poetas, de todos aquellos quienes desde las dos orillas del Atlántico han llenado de identidad y cohesión a estas naciones cervantinas. Celebro esa marca de España, ese sello de hispanidad, que con su trípode cristiano, judío y árabe, nos otorgó una manera de estar en el mundo. Aquellos emigrados conversos que huían, aferrados a su lengua y a su religión configuraron el carácter de lo que somos muchos americanos hoy. Somos esa prolongación de España en ultramar. En Valparaíso, 396 años después de aquella travesía trasatlántica, el poeta nicaragüense Rubén Darío “devolvía las carabelas”. El español sería de una vez y para siempre un idioma dotado de nuevos sentidos y significados, de matices y colores, de nuevas musicalidades que revitalizarían para siempre el legado de don Jorge Manrique, San Juan de la Cruz, Luis de Góngora y Argote, Francisco de Quevedo y ese maravilloso tatarabuelo de todos que es Miguel de Cervantes. El Modernismo nos dejaba indelebles en la memoria de los tiempos. Por eso a estas alturas ya no sé qué fue primero: si Valparaíso o Granada, si García Lorca o Neruda, si Rubén Darío o don Antonio Machado, porque todos esos nombres estaban fijados en mi retina como un fresco que sintetizaba todas las dichas y mi infancia era algo así como una gran fiesta de la poesía. Hoy se reinstalan en mi vida como si se tratara del antiguo testamento personal. Son mis arquetipos cuando emprendo la búsqueda del origen y de todos mis mitos. Mi padre, de aquella estirpe de poetas festivos, militantes y solidarios con el género humano, escribió unas décimas a propósito de mi bautizo. Esas décimas, sin querer, marcaban una ruta y un destino y vendrían a ser una carta de navegación de una vocación irremediable. Uno de esos cantos, lleno de intuición, después de enumerar algunos ilustres Federicos de la historia decía: Yo no sé si fue por ellos por lo que escogí tu nombre o si fue por aquel hombre que hizo los versos más bellos. Cuando escucho los destellos de su clara melodía veo a Federico García bajo el cielo de Granada y siento la llamarada de su mágica poesía. Así transcurrió mi infancia, entre vidas de poetas y páginas que llenaron de sosiego tantas soledades. El Tomo I de la enciclopedia El Mundo de los Niños publicada por la legendaria editorial Salvat, traía los primeros versos que amé de todos aquellos autores mencionados y contenía, también, versos inolvidables de Gloria Fuertes, María Elena Walsh, Nicolás Guillén, Jorge Luis Borges, Miguel Hernández, José Agustín Goytisolo y el poeta del mar Gregorio Castañeda Aragón. El lagarto está llorando. / La lagarta está llorando. / El lagarto y la lagarta / con delantalitos blancos. O “Érase un hombre a una nariz pegado / érase una nariz superlativa, / érase una alquitarra medio viva / érase un peje espada mal barbado/. O Érase una vez un lobito bueno / al que maltrataban / todos los corderos/ Y había también un príncipe malo, una bruja buena y un pirata honrado. Las anteriores estrofas, más que unas sencillas palabras fueron, entre otros, los verdaderos ámbitos que inventaron y dieron forma a mi vida. Fueron la banda sonora que justificó la infancia. Los libros de historia asignados en mi escuela primaria señalaban que en Granada había nacido el Adelantado Don Gonzalo Jiménez de Quesada quien el 6 de agosto de 1538 fundó alrededor de 12 chozas y una iglesia a Santa Fe de Bogotá. Sin embargo no fue en esos textos donde aprendí geografía española. Lo poco que conozco se lo debo a la primera televisión a color que llegó a casa para ver el Mundial de 1982. Al compás de esos partidos y de los seis goles de Paolo Rossi llené el respectivo álbum de figuritas donde Maradona, Zico y Platini eran las láminas más difíciles de conseguir. Gracias a ese álbum con Naranjito de mascota supe por primera vez de Madrid, Barcelona, Sevilla, Alicante, la Coruña, Valencia y Zaragoza. Era 1982 en todos los almanaques del mundo y unos meses antes de aquel mundial, caminando con mi padre por el Parque Santander de Bogotá saludé, por casualidad, a un señor que visitaba Bogotá y que rompía los protocolos para recorrer la ciudad como un transeúnte más: era Lepoldo Calvo Sotelo, presidente por esos días del Gobierno Español. Son por esos motivos mencionados que he preferido enumerar algunas anécdotas para distraer mi verdadera y honda emoción de estar hoy en este lugar. Que mi modesto Hospedaje de paso sea presentado hoy, en Granada, y justamente en la colección Valparaíso es una de esas hermosas recompensas que la vida me otorga por mi irrestricta devoción y dedicación a la poesía. A aquello que, como nos recordaba Gabriel García Márquez hace 30 años, cuece los garbanzos en la cocina, repite las imágenes en el espejo y contagia el amor. Mi Hospedaje de paso no es otra cosa que el testimonio de esa infancia recobrada, unos retratos personales de mi paso por la nostalgia y los recuerdos. Es el escenario de aquellas luces verdaderas de la vida. Allí, en esos poemas conviven, de manera torpe pero afectuosa, las voces de mis maestros, de mis amigos, de las lecturas que hicieron de mi infancia un territorio de alegrías y un refugio de todas las pesadillas. Hospedaje de paso es un homenaje a los maestros, muchos de ellos que me han honrado con el privilegio, no solo de su magisterio sin o de su amistad: Luis Vidales, Álvaro Mutis, Mario Rivero, Giovanni Quessep, Luis García Montero, Antonio Cisneros, Juan Gelman, Gonzalo Rojas y Eugenio Montejo entre tantos. Todos ellos poetas de allá o de acá. No importa porque nuestra lengua es un Hospedaje perpetuo de todos nuestros sueños. Uno es del lugar dónde están los amigos. Y si al decir de un entrañable poeta colombiano, Héctor Rojas Herazo: a uno se lo inventan los amigos, entonces hoy festejo y ser inventado por ustedes, acá en Granada bajo la mirada tutelar de Federico García Lorca, en la colección Valparaíso que me devuelve por un instante a ese Océano Pacífico. Celebro el afecto, la compañía de Adriana y Sebastián, a Fernando, Daniel y Javier. Festejo hacer parte de Poesía ante la incertidumbre, la nieve andaluza, la Alhambra y la Huerta de San Vicente.
Y Celebro la poesía: mi única manera de estar en el mundo.
FEDERICO DÍAZ-GRANADOS
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