156. Pasmo
Cuarenta y cinco sonetos de forja impecable, sin una sola alteración silábica ni rítmica. Una de esas escasas series de sonetos a los que no puede ponerse pega formal alguna, porque no solo están escritos, sino que parecen cincelados con la misma precisión con que Rodin o Miguel Ángel hacían hablar a la piedra convirtiéndola en hombre o en mujer por obra y gracia de su talento. Pasmo es, como otros libros, un canto a lo humano o, lo que es lo mismo, un lamento ante la insignificancia de la condición humana, esa que hace de nuestra especie una estirpe trágica, consciente de que va a morir y de que todos sus trabajos y sus días desembocarán en un mismo océano de olvido.
Luis Alberto de Cuenca
Autor Juan José Vélez Otero
Encuadernación Rústica
Páginas 74
ISBN 978-84-17096-66-3
Dimensiones 13.5 cm x 21 cm
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Cuarenta y cinco sonetos de forja impecable, sin una sola alteración silábica ni rítmica. Una de esas escasas series de sonetos a los que no puede ponerse pega formal alguna, porque no solo están escritos, sino que parecen cincelados con la misma precisión con que Rodin o Miguel Ángel hacían hablar a la piedra convirtiéndola en hombre o en mujer por obra y gracia de su talento. Pasmo es, como otros libros, un canto a lo humano o, lo que es lo mismo, un lamento ante la insignificancia de la condición humana, esa que hace de nuestra especie una estirpe trágica, consciente de que va a morir y de que todos sus trabajos y sus días desembocarán en un mismo océano de olvido.
Luis Alberto de Cuenca
Autor Juan José Vélez Otero
Encuadernación Rústica
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1.NOCHE DE GUARDIA
Me he sentado al balcón. La noche es fría
como un glaciar de sombra. En la ventana
un buitre picotea la cercana
carroña existencial que aguarda el día.
La casa de mis padres, hoy la mía,
está en silencio y en vejez. Mañana
quién sabe qué hallarán tras la persiana,
qué pasmo, qué terror, qué luz baldía.
¿Un día diferente a la condena
cautelosa y constante? ¿Otra batalla
reiterada y perdida? ¿Qué gangrena?
Afuera no hay color y el mundo calla;
en la noche sin fin tan solo suena
el silencio de Dios como metralla.